martes, 3 de diciembre de 2013

KORHOGOTIK EUSKADIRA

No han pasado ni 48 horas desde que aterricé en el aeropuerto de Loiu-Bilbao, pero siento que he de escribir unas pequeñas líneas. Así que, adelante. 

El viernes 29 de noviembre, el despertador sonó muy temprano, a las 5.15 horas de la mañana. Las maletas ya estaban prácticamente cerradas, y mi humilde habitación africana casi vacía. Se acercaba un momento que me preocupaba, pero con la misma mezcla de sentimientos que cuando hice el viaje de ida. Como cada mañana, mi madre y, a la vez, hermana Edith calienta a base de carbón algo de agua, con el cual puedo ducharme. Tras ducharme y vestirme, un café y un pan con un huevo me esperan en la mesa de la sala. Todo el mundo está despierto, todos han madrugado, para poder despedirme. Pasadas las 6.00 horas, llega la Partener con Sékou al volante, Giovanna, la responsable de las Hijas de la Cruz que me acompañaba hasta Abidjan, y Batango, el protesista que había trabajado unos días en el centro. Llegó el momento. Me piden una foto de despedida:


Tras cargar las maletas, abrazo a Edith y le agradezco absolutamente por todo. Para mí ha sido, y le pido disculpas por la comparación ya que ella es protestante-batista, como María: silenciosa, siempre dispuesta a la escucha, y servicial. Aguanto las lágrimas. Abrazo a Alphonse, chocando tres veces nuestras sienes, y también tengo palabras de agradecimiento para él. Las lágrimas siguen reprimidas. Doy un beso a Tiéwa, le digo que sea buena y que estudie mucho, consejos que también doy a Jean Marie. Y era el turno de mi pequeño Junior. Lo cojo en brazos, lo miro a los ojos y no puedo sacar la voz. Mis ojos rompen a llorar mientras le doy besos y abrazos. No puedo decir nada, en mi corazón solo retumban dos palabras "Gracias, os quiero". Pero esas bellas palabras no logran salir. Junior, que hasta ese momento no entendía nada, rompe a llorar y a gritar. En la calle, muchos vecinos, sobre todo niños ya en color caqui para ir al colegio, veían desde la retaguardia nuestra despedida. Emoción, mucha emoción. Con mi familia africana he reído, he sufrido, he disfrutado, he convivido. Hemos compartido nuestras vidas. Jamás, y digo bien JAMÁS, alcanzaré a expresar todo el agradecimiento que guardo en mi corazón. Y llorando, como si fuera un niño pequeño, salimos del Barrio Sinistré, cruzando las calles llenas de agujeros, arena y piedras. Al llegar al asfalto aún sigo llorando. Desgarro, eso es lo que sentía en mi interior. Una vez más, muerte y resurrección. 

El viaje a Abidjan se desarrolla sin incidentes, con la carretera bastante mejor que en enero, debido al programa gubernamental de reparación de las arterias principales del país. Primero nos paramos en Katiola, donde Danièle y Marie, ambas Hijas de la Cruz en Boniéré, nos esperan para despedirme. Aprovecho para tomarme un café, el viaje es largo. Paramos al mediodía en Yamoussoukro, capital política de Costa de Marfil. Desde sus anchas calles veo la imponente basílica Notre Dame de la Paix. Eso es exactamente lo que deseo a este país: paz y prosperidad. 

Y al atardecer, llegamos al corridor de Abidjan, donde me despido de Giovanna, Sékou y Batango. Allí me espera Ramón, el que fue mi párroco en Korhogo hasta dos meses antes. Volver a verle me llena de ilusión. Nos dirijimos hacia la casa provincial de los SMA, su congregación (Sociedad de Misiones Africanas), donde saludo al responsable. Me enseñan la habitación donde dormiré, y al rato salimos. Primero había que reparar el neumático, que tenía alguna fuga. Después nos dirijimos a otro barrio, creo que a Youpougon. Allí compartimos un gran pescado, llamado Saint Pierre, con unas patatas fritas y una cerveza. Un momento idóneo para compartir e intercambiar impresiones, deseos y buenos sentimientos. No deja que pague nada, me invita. Él es el anfitrión. Y tras recorrer varias calles, con su caótica circulación, volvemos a casa a descansar.



A la mañana siguiente, Ramón tenía que oficiar un funeral en la que fue su parroquia durante varios años: Sainte Bernadette. Y tras la misa, me enseñaron la parte de atrás, donde hay locales, una escuela o guardería, un taller de costura... Todo ello construido gracias a Ramón. Me enseña, no sin orgullo y emoción, que el edificio se llamaba "Bâtiment Zaragoza". Querían poner su nombre, pero él dijo que no, que si querían podían poner el nombre de su ciudad. Subimos las escaleras (un año sin subir casi escaleras!) y en la entrada de la sala de costura, pone "salle Ramón Bernad". La gente se acerca en todo momento para saludarlo, hacerle preguntas, sobre todo si volverá a esa parroquia.





Tras la visita parroquial, vamos a donde la tía de otro cura SMA que ha venido con nosotros, que estaba enferma. Le damos bendiciones, charlamos un rato, y la mujer, al igual que su marido, quedan más que agradecidos. Ellos son musulmanes. Pero el amor y la fraternidad están aún más por encima de las adscripciones religiosas. Amor y fraternidad... sinónimos del mismo Dios. Después invito a Ramón e Ysmael a tomar algo. Me llevan a un centro comercial. Otro mundo... me siento casi en Occidente. No toda África es Korhogo. Se nota que estamos en la metrópoli: muchos coches, más desarrollo, bastantes blancos... Blancos, me llamaban la atención. Y tras el refresco, volvemos a casa para compartir en comunidad la sencilla comida. A la tarde, tras cargar las maletas en el coche, me enseñan la zona Port-Boüet de Abidjan. Vemos el mar. El salitre que entra por mi nariz me vuelve a acercar un poco más a mi tierra natal. Cenamos en un maqui al aire libre cuando el sol africano se había escondido. ¿Cuándo volveré a ver el sol africano? Era la pregunta que me hacía. Y tras comer el pollo a la brasa, me llevan al aeropuerto, donde tras una sencilla despedida, me adentro por la ruta de controles, pasaportes y cartas de embarque.


El avión despega algo más tarde de lo previsto. Una vez dentro y cruzando el cielo, la azafata me ofrece una copita de champán. Como un muelle, respondo: "sí, por favor. Me lo merezco". Sinceramente, creo que me lo merecía. Y nada mejor que brindar con mi soledad una experiencia que me acompañará toda la vida. También fue un brindis por toda mi gente de Korhogo. Después me esperaban 12 horas de espera en París, las cuales pasé paseando por las terminales, leyendo, tomándome un refresco... otro mundo. Parece mentira que este mundo esté compuesto por universos tan diferentes. 

Y al llegar a Bilbao, me sentía contento y sereno, por pisar esta tierra que para mí también es sagrada: la tierra vasca. Las maletas tardaron en aparición, tanto que incluso pensé que una de las maletas se había quedado en París. Fue la última... y cuanto la cogí, me dirigí a la puerta de salida. Allí me recibía Izaskun, que me dio un abrazo y cogió las maletas... y la ama viene corriendo. Me abraza y rompe a llorar. Yo, no sé cómo, sonreía pero no lloraba. Me sentía lleno y feliz. Y mientras nos abrazábamos, oigo una música conocida: el Agurra, con trikitixa. Levanto la cabeza y veo un montón de personas a las que quiero... Las chicas me bailan el Agurra (el baile vasco de recibimiento y honor). La ama sigue llorando, emocionada. Un montón de personas me esperaban allí, con ganas de abrazarme, con un cartel "Ongi etorri Lander!". Estaba emocionado, pero desde la serenidad. Leire me comenta que hay algo en mis ojos, otra mirada, como de paz y tranquilidad... No lo sé. Solo sé que me emocioné sin llorar, que noté algo muy muy pesado pero bello. Se llama amistad y cariño. Tras abrazar a todos, me dan un cuadro con unos bertsos que Xabier Euzkitze ha escrito para mí. (Eskerrik asko Xabier!) Unas palabras cargadas de buenos sentimientos que hacen que la ama no pueda cantar, aunque yo sí, canté, orgulloso de ser lo que soy, desde mi pequeñez y sencillez. Y tras esto, nos dicen que podemos empezar a comer lo que había en una mesita de camping en mitad del aeropuerto: tortilla de patatas, jamón, chorizo, queso, bizcocho... todo riquísimo, aunque miedo me daba, no vaya a ser que cogiera todos los kilos que había dejado en el camino. En ese momento distendido, me dicen que alguien ha preguntado si recibían a alguien de ETA. Me hace gracia, aunque pienso "yo he podido llevar el buen nombre del Pueblo Vasco al fondo de África". Y también me comentan que el autobús nos espera. ¿Qué autobús?, pregunto. Han alquilado un autobús y han venido todos juntos. Impresionante!!




Y con este maravilloso recibimiento, he sentido el frío y el calor de mi tierra, de mi gente. Aunque siempre consciente de que una parte de mí ha quedado en Korhogo. Nada volverá a ser igual. Lo noto, y lo notan. Muerte y resurrección, siempre de la mano. 

Tantas y tantas cosas por las que alabar a Dios. Por eso no me sale otra frase que "Gloria a Dios en el cielo, y Paz a los hombres de buena voluntad"

Este blog no muere. Seguirá su camino. El camino que el Dios de la Vida me señale. 

 Abrazos y bendiciones.

jueves, 28 de noviembre de 2013

WAPIE

Korhogo, Jueves 18 de noviembre de 2013.

No sé bien cómo empezar este artículo. Probablemente sea el más complicado. Ha llegado la hora. Sí, en pocas horas, y con las maletas cerradas casi a presión, me alejaré de Korhogo.

Son momentos duros. No sé si llegaré a encontrar las palabras exactas. Y es que la tristeza me invade de tal manera que las lágrimas no dejan de salir. 

Tantas y tantas cosas... en Korhogo he descubierto VIDA. "Yo he venido para que tengan vida, y vida en abundancia" (Juan 10, 10). Héme aquí de nuevo haciendo renuncias. Pero en la renuncia está la vida, en la muerte está la resurrección. 

La Fe mueve montañas. ¡Vaya si las mueve! Mi Fe ha pasado, como decía mi buen hermano Javier, de ser "una Fe de cabeza" a "una Fe de corazón y alma". Efectivamente... he podido llegar hasta aquí única y exclusivamente por el gran amor de Dios que he sentido en todo este camino, en los buenos momentos Dios ha estado ahí, y en los malos momentos, también. Tanto que agradecerle... No puedo más que alabarle.

Las maletas están a mi lado, casi a reventar. Pero no es lo único que me llevo. No. Llevo conmigo miles de anécdotas, experiencias, sentimientos... Y por suerte que no ocupan espacio, pues necesitaría las maletas de todo el mundo. Me llevo una familia, me llevo una tierra, me llevo, sobre todo, todo un pueblo, el Pueblo Senufo, inscrito a vida en mi corazón. Aquí dicen que cuando perteneces al grupo, sobran las gracias. Así que no voy a agradecerles, ya que me siento parte de ellos. 

Lo único que voy a decir es que, el Pueblo Senufo estará en el Pueblo Vasco, y el Pueblo Vasco seguirá en el Senufo.

Compartir... solo desde el compartir se puede conocer a Dios, a través de todos nuestros hermanos y hermanas, con aquellos que nos cruzamos cada día, con aquellos con los que intercambiamos una mirada sin conocernos... Compartir. 

Compartir... ese valor que Occidente ha perdido por completo. Compartir no solo lo material, sino lo más profundo de tu ser, tu identidad, con las complejidades que incluyen, más si se trata del rico continente africano. 

Sencillez, humildad... Otros valores que Occidente ha perdido. Creernos más que los demás, querer siempre más... siempre más y más... que se traduce en más y más superficialidad y más y más caretas sociales.

Por eso mismo, quiero deciros una gran verdad: "El que se engrandece a sí mismo, será humillado, y el que se humilla, será engrandecido" (Mateo 23, 12).

Sí, amigos. Estos valores han permitido un mutuo conocimiento, una conexión íntima. Una amistad, una hermandad, A VIDA.

No hay adioses, sino un "Wapie tchier", hasta luego!

Y para finalizar, una de las más bellas palabras de Jesús:

Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: 

Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados los mansos , porque ellos posseerán en herencia la tierra.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa.
Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.

lunes, 25 de noviembre de 2013

SONRISAS Y LÁGRIMAS

Días intensos. Mis últimos días en Korhogo, esta vibrante ciudad de la Region du Poro, en el corazón del País Senufo. 

Decía mi prima Arantza lo siguiente: "cuando dos pueblos se conocen, se respetan". Totalmente cierto, a lo que añadía "... y se establece una conexión íntima". Sí, amigos y amigas. Esta experiencia queda grabada en mi cabeza, en mi corazón y en mi alma. No puedo más que dar gracias al pueblo Senufo por todo lo que me han aportado. Vuelvo con la maleta llena, pero en la maleta llevaré miles de anécdotas, de gestos, de sentimientos... que nadie, y digo nadie, podrá sentirlos aunque los explique. Y tal es la emoción al escribir estas palabras que mis lágrimas recorren ya mis mejillas. 

Tierra mística, de poderes sobrenaturales... Pero el Senufo es, en general y con excepciones, acogedor, sencillo, trabajador... Una personalidad colectiva que otros pueblos han aprovechado para considerarlos inferiores y esclavizarlos. Pero a pesar de todo, su dignidad queda intacta. "El extranjero es rey". Es el primer lema y valor. Lo he vivido y lo sigo viviendo, de manera intensa. 

Son días en los que los sentimientos florecen y se agrandan. Sentimientos encontrados: por una parte, la alegría de volver a mi tierra, y reencontrar lo que dejé atrás en enero, pero por otra la tristeza de distanciarme de quienes me han acogido como un rey, de quienes se han interesado por mí, con quienes he colaborado... Una tristeza cargada de gratitud, respeto y fraternidad. Las despedidas están siendo numerosas y en absoluto sencillas. Porque a la dificultad de la separación hay que añadir una de las reglas africanas: no decir la fecha en el que te vas. He de respetar esa norma, por lo que no puedo decirlo. La historia del pueblo senufo ha sido tan dura que no se debe decir nunca la fecha de viajes, por miedo a que "los enemigos" te tiendan una trampa o te lancen alguna maldición de última hora o alguien pase la información y bandidos desvalijen el coche en el que viajas. No es sencillo. Estos días estoy volviendo a casa muy tarde, ya que unos y otros me invitan a cenar. Además, el viernes pasado terminé mi estancia en el centro de discapacitados Don Orione, donde las lágrimas fluían de tal manera que podríamos crear un bonito río de agua dulce.




(Con mi gran amigo Casimir Naman, Big Kazum para mí).

(Con Ahmed, el dueño del kiosco donde tomo cada día mi café y que tan bien me ha tratado siempre).

(Con el grupo Tamang, que significa amor en senufo, el grupo de láicos amigos de las Hijas de la Cruz).

(Con mis compañeros de CEB, Comunidad Eclesial de Base, que lleva el título de San Francisco de Asís).

(Junto con mi segunda familia en Korhogo, estos no son senufo, sino malinkés. Una familia que me quiere y a la que quiero.)

Pero esta mañana ha sido intensa también. Un grupo de Lasarte, en colaboración con Misiones Diocesanas de Donostia, se disponía a financiar algunas necesidades que había visto y vivido aquí en Korhogo. Tres eran las necesidades que presenté, en forma de powerpoint, que proyectaron en la cena solidaria que se celebró hace dos semanas. Y gracias a la Congregación Hijas de la Cruz, estas donaciones han llegado íntegramente a Korhogo, evitando todo tipo de intereses bancarios. He aquí las tres necesidades: 

- Don Orione 1: compra de aparatos auditivos para menores con dificultades auditivas y cuyas familias no tienen solvencia económica para comprar dichos aparatos. 
- Don Orione 2: fomento de la participación de menores en el centro, financiando la parte correspondiente a las familias más pobres y sin recursos y que es exigida por la Fundación con la que se trabaja. 
- ONG-Escuela Aide Côte d'Ivoire: compra de mesas, bancos, material escolar y pedagógico así como el pago del alquiler de la casa. (en este enlace podéis ver en qué consiste la ONG, pues escribí sobre ella: http://korhogotik.blogspot.com/2013/08/el-saber-es-el-poder.html  ) 

Ayer llamé al director de la ONG-escuela para darnos cita esta mañana y entregarle el cheque. A las 10 de la mañana venía a recogerme y me ha llevado a la ONG, a diez minutos en moto por unas callejuelas poco practicables. Al llegar, un centenar de niños y niñas nos hacían un paseillo hasta la casa mientras nos aplaudían. Indescriptible. Me sentía entre contento y sorprendido. 

Me invitan a sentarme tras darme una calabaza con agua -el gesto de bienvenida- junto con el "Fotamana" (Bienvenido, en senufo). El profesor me presenta ante los niños y profesores-voluntarios y un niño se acerca con una carta manuscrita, la cual lee delante mío. Era la carta de agradecimiento que me entregaban, pidiéndome que la traslade al grupo de Lasarte y a la Diócesis. Junto con la carta, muchos dibujos para la Diócesis y varios regalos: un precioso bubu tradicional, junto con su gorra, para mí, otro regalo para el grupo de Lasarte y otro regalo para mi madre, junto con una frase que casi ha hecho que rompa a llorar: "Merci maman de Lander Zié, vous êtes notre maman" (Gracias madre de Lander Zié, eres nuestra madre". No sé de dónde he sacado las fuerzas para evitar llorar de emoción. 

Y tras esta calurosa bienvenida, me han vuelto a enseñar las "aulas", que debido al mayor número de alumnos, quedan muy pequeñas. Y en la sala de gestión (tanto del director, como de los profesores...), hemos compartido una lata y unas galletas, mientras charlábamos de diversos asuntos. Yariduma, antes de traerme a casa, me lleva a su casa para que salude a sus padres, los cuales dan un bote al verme llegar. Nunca han visto un blanco, y aún menos en su casa. Me dan agua, y tras saludarlos en senufo, veo que sacan un poco de arroz para que coma. Como dos cucharadas para no ser ingrato, suficiente para que me dan una decena de bendiciones. Y Yariduma me vuelve a traer a casa, donde Alphonse le invita. Comemos juntos, de manera muy amena, y aquí me encuentro delante del ordenador para relataros cómo estoy viviendo estos días.











Sin duda son unos días intensos. Pero solo os diré una cosa, volver a Korhogo algún día no es una opción, es una obligación para mí. Por eso mismo, a todos y a cada uno de ellos les digo "Wapie Tchier", hasta pronto, y ellos me dicen "Wapie Tchanga", buen viaje, no sin antes pedirme fervientemente que salude a todas las personas de mi entorno, empezando por mi familia. 

Días intensos, días inolvidables.



viernes, 22 de noviembre de 2013

VIAJE A KORHOGO

Queridos lectores del blog. Hoy no soy yo quien relataré una experiencia única e irrepetible. Doy la palabra a mis amigas Marta y Cristina, misioneras madrileñas en Costa de Marfil, a quienes tuve el honor y el placer de invitarlas el puente de Todos los Santos a Korhogo -con la amabilidad de mi familia-. Fue un fin de semana intenso y lleno de emociones. Pero dejo que ellas os lo expliquen. Les quiero dar las gracias por el interés, el respeto, el acompañamiento y sus convicciones. Por lo tanto, Cristina y Marta, os cedo mi blog, para que desde vuestro toque humano y, por momentos irónico, relatéis cómo ha sido vuestra experiencia en el País Senufo. (LANDER-ZIÉ)

Hola a todos los fervientes lectores del blog de nuestro gran amigo Lander: 

Cuando empezó nuestra aventura de África, por nuestras cabezas rondaban muchas preguntas. Algunas eran simples: ¿qué calzado será el más apropiado? Pero otras parecían muy grandes: ¿cómo podremos encajar en ese mundo tan distinto?, ¿qué nos deparará este viaje? 

Al otro lado de nuestras dudas, Lander nos ayudaba en parte a resolver algunas de esas preocupaciones, calmando la incertidumbre, aunque no podíamos hacernos una idea de que al cruzar la frontera todo daría un vuelco. 

Habituarnos nos costó un poco, pero esa es otra historia. El caso es que cuando llevábamos un mes aquí, decidimos hacer una escapada al norte. Aunque también es cierto que Lander insistió bastante. No lo hemos hablado seriamente, pero nuestra sospecha es que echaba de menos la esencia española… 

Nuestro viaje resultó aparatoso, pero al llegar a Korhogo, Lander nos esperaba con un bólido veloz de última generación que rugía con la majestuosidad de un Rolls Royce. Al llegar a la segunda calle, el motor comenzó a toser y el coche nos abandonó. Este hecho, que parece no tener importancia, es el desencadenante de que hiciera falta para nuestro viaje un conductor con maña: Habib. Esta persona ha sido uno de los más maravillosos descubrimientos de este viaje. 

La primera tarde tenemos el placer de conocer el centro psiquiátrico. En un contexto africano, donde mucha gente cree que los problemas de la mente están relacionados con procesos mágicos y demás maldiciones, conocer un lugar como este fue algo increíble. Todos nos imaginamos un edificio cerrado, con paredes blancas y un montón de habitaciones donde están los pacientes, pero esto es otra cosa. 

Los enfermos están en el patio, moviéndose de un lado a otro, se acercan a saludarte, te miran y comparten momentos unos con otros. Los que están mejor, ayudan al resto en las cosas más básicas, como las comidas, e inconscientemente hacen que todo parezca más humano. 

Te miran con esos ojos que parece que no dicen mucho pero que te conmueven por dentro. Un sordomudo se acercó a nosotras, cogió su pizarra y con gestos nos dijo algo así como que éramos muy guapas. Lo bonito del momento fue su mirada, sus ojos, esos ojos que tanto dicen, tanto muestran y tanto conmueven. Es cierto que no todo es precioso, que también había un chico tirado en el suelo que acababa de ser abandonado y con la medicación no se le podía mover…y te extraña, te mueve y te hace pensar porqué está ahí, porqué nadie hace nada más..Pero no hay ninguna respuesta, porque ellos viven así, son sus tiempos, su forma de trabajar y no es ni peor ni mejor, solo nos impacta porque vivimos de otra forma y para ellos es incluso un lujo poder estar en un centro psiquiátrico. Otra realidad… 

El segundo día vamos a un pueblo donde tejen túnicas, maderas, hacen bisutería…todo con los productos de la tierra. Una cooperativa que realiza un trabajo estupendo. 

Por la tarde nos llevan a un entierro musulmán en un pequeño pueblecito. Allí conocemos a los grandes del pueblo, personas “viejas”, porque aquí decir viejo a alguien es como decirle un halago, las cuales representan a las familias más importantes del pueblo. 

Estos “grandes” dan su consentimiento para que se pueda enterrar el cuerpo en el lugar indicado. Cuando llegamos, les saludamos a todos, y tenemos la sensación de que estamos en medio de algo grande. Son hombres que hablan lenguas que desconocemos, viejos jefes de un poblado, los más sabios en los que confían la justicia y gran parte de las decisiones…Tras una conversación en árabe de los más viejos pellejos – y sabios resabios – con el cabeza de familia del fallecido, se procede al enterramiento. 

Es un momento único, la gente hace fotos, va cantando siguiendo al féretro... Cuando llegan al lugar donde van a enterrar el cuerpo, las mujeres se quedan atrás, porque según su religión y tradición, son impuras y podrían contaminar el cuerpo. Para ellos el cuerpo no puede tocar la tierra así que hacen tropecientos malabarismos hasta conseguir enterrar el cuerpo en el hoyo profundo que deben haber cavado la noche anterior, o un montón de días antes porque es enorme. Es complicado ver cómo lo viven, cuando para nosotros es un momento muy triste, donde lloramos y donde con pocas palabras basta para expresar tus sentimientos. Pero para ellos el cantar, hablar unos con otros, comentar la situación, hacer fotos y demás...es la forma de mostrar respeto, guardar su luto. 

Que estuvieran tres blancos en ese entierro, era todo un honor, algo más a lo que sacar fotos y algo de lo que poder hablar durante unos cuantos días. Si lo pensamos fríamente, los únicos blancos que ellos han visto en su vida, han sido los que salen en la tele y estar cerca de nosotros, aunque a veces nos resulte raro, es para ellos casi un privilegio. 

Al terminar el entierro, Habib nos lleva a conocer a su familia. Un viejo sentado en una silla de madera, nos bendice en su lengua, compartiendo un momento con nosotros y orgulloso de que estemos allí. Nos regalan cacahuetes, un gesto sencillo, pero mientras los estamos cogiendo para guardarlos en una bolsa, siento que África nos está haciendo un regalo que no es tan solo aquello que guardamos. Esta tierra roja que ahora mancha nuestras manos nos abraza, sus gentes son nuestros hermanos, y formamos parte de ella. Quizá como invitadas, pero se nos acoge.




Después nos acercamos a una fuente de agua sagrada donde crece un árbol, un símbolo que une la tierra con el cielo. Este representa la familia, y aquí puedes pedir deseos, formular peticiones, rezar tus oraciones. 

Cruzamos un campo de patatas, emocionados, sin acertar a comprender aún la trascendencia del momento. Poco más allá, Habib se para, y sin mediar palabra, se descalza y se arrodilla ante el árbol. El silencio se hace sepulcral, y en medio de aquel huerto, algo cambia en nosotros. Después todos le seguimos y nos quedamos con los pies sobre la tierra, nos arrodillamos cada uno con sus sentimientos, con sus pensamientos y con sus propias sensaciones. 

La manera en que este hombre nos acercó a su forma de vivir, de esa forma tan sencilla que no esperábamos, nos dejó congelados. Algo pequeño, un lugar en medio del campo, un árbol como los demás, puede convertirse en un lugar sagrado. Y su pequeñez no lo hace menos sagrado que la Basílica de San Pietro. Una persona callada, desconocida y tan distinta a ti, puede ser tu hermano o tu maestro mostrándote la grandeza escondida en algo pequeño.



Después de tanta emoción, toca pasar un rato tranquilo en casa; cenar algo, charlar un poco con la familia de Alphonse, y descansar. Estos ratos en su casa son también pequeños regalos que atesoramos: Alphonse con su acogida, emocionado porque disfrutáramos de su tierra, Edith con su amabilidad y su aura de mamá de todos, los niños con sus juegos, sus risas, sus cariños…y Lander, que estaba muy contento de poder compartir todo con nosotras, y con el que sacábamos el toque humorístico a todo.






Al día siguiente vamos al mercado: una mezcla fuerte de azafrán, carne, pimienta, naranjas, manteca de karité; amarillos, azules, verdes, el negro del carbón…


Por la tarde vamos a un entierro tradicional en un poblado no muy lejano.

Aquí conocemos el Poro un poco por encima, esa asociación secreta de la que Lander ha hablado en alguna ocasión. Primero hacen el enterramiento, como el que habíamos visto el día anterior, y después comienza la juerga. Mujeres, hombres y niños comienzan a bailar en círculos mientras el eco de los tambores retumba, haciendo vibrar cada una de nuestras células. Nos unimos a ellos, al principio tímidamente, poco después sin vergüenza y con muchas ganas. Las mujeres bailan con colas de caballo en las manos, que sirven para ahuyentar los malos espíritus. Y pensamos, “a mí ya no me queda ni uno solo, porque me han restregado las colas de caballo por todos lados, y más de una me ha dado un viaje en toda la cara…” 

Muy liberados de malos espíritus, nos sentamos en un Maqui y nos tomamos una cerveza. Los niños del poblado se nos han pegado como lapas, y no nos dejan tranquilos hasta que les lanzamos caramelos – como en la cabalgata, pero sin reyes, ni magos -. En este rato tranquilo, charlamos con Habib y Alphonse de religión, de las diferencias entre nuestros mundos, y de nuestras visiones...











Pero después la fiesta continúa: hay más baile en la casa del fallecido, hay más música, más festejo. Siempre guiados por Alphonse y Habib sobre lo que podemos y no podemos hacer – aunque todo es bastante intuitivo – nos mimetizamos (todo lo que nuestra palidez nos permite) con la gente. Cuando nos estamos yendo, nos piden que nos quedemos: va a comenzar el baile de la pantera. Esta ceremonia es alucinante, y solo pensar que todo esto se hacía prácticamente igual hace cientos de años, hace que todo sea emocionante, un poco irreal, como si hubiéramos retrocedido en el tiempo.


No vamos a pararnos mucho en este baile, que consiste en acrobacias. Las realizan jóvenes vestidos con trajes que fingen ser la piel de una pantera mientras la música suena. La gente les da dinero como señal de respeto. 

Al terminar, se paran y nos escuchan. Decimos unas palabras que quizá sean muy sencillas, sin embargo, para ellos, el hecho de respetar su cultura de esa forma, el que tres blancos hayan bailado con sus gentes con esa naturalidad, les hace sentirse orgullosos de su propio valor, reconocidos por el mundo, creemos. 

Al día siguiente volvemos a casa, cansadas pero contentas, con la mochila y el corazón más llenos que cuando nos fuimos. 

Para nosotras Korhogo ha sido compartir, abrir la mente. Una experiencia de tolerancia, mezcla de culturas pueblos, diálogo. Pero lo que más nos ha removido es la manera en que África nos ha acogido: con los brazos abiertos, llena de detalles sencillos y grandes al mismo tiempo.

MARTA Y CRISTINA.