(Leer este artículo mientras se escucha esta canción, "Los incontables", del grupo Ain Karem).
Voy a relataros una cruda historia, real como la vida misma. La he vivido en primera persona. Una historia dura, injusta, que hace que me haga mil preguntas.
Se llama Jules Sambéna (Sambéna es el nombre Senufo). Lo conocí nada más llegar a Korhogo. Con 12 años, acude al centro Don Orione, en el cual trabajo, para refuerzo escolar, ya que sufre algunas dificultades cognitivas. Un niño tímido, poco hablador, poco seguro de él mismo. Pero cariñoso, con una mirada triste y agradecida a la vez.
Hace menos de un año, el padre fallece por el SIDA, dejando huérfanos a tres niños, de 16, 12 y 7 años. La madre, portadora del VIH también, alquila a duras penas una pequeña casa, poco salubre, en las afueras de Korhogo. Se queda junto a los dos hijos mayores, y el pequeño, Jean Marie Ozon, se traslada, por petición expresa de la madre, a vivir a nuestra casa. El segundo "protegido" en esta casa. Es el término que se utiliza popularmente para designar a los niños que son adoptados de mutuo acuerdo, aunque, lógicamente, sin trámites legales. Jules Sambéna sigue en casa, y su madre intenta ganarse unas monedas vendiendo jabón, que no le llega ni para pagar el alquiler. Pero algunas personas le ayudan a cubrir los gastos.
Jules y Jean Marie nacieron de padres ya portadores de VIH, pero no nacieron contaminados, debido a unas técnicas durante el embarazo y el parto, unas técnicas que desconozco, financiados por la Unión Europea.
En pocos meses, el estado de salud de la madre empeora. A ritmos precipitados. A finales de agosto, bajo una gran luna, nos dirigimos toda la familia a visitar a la madre. Una casa bien pobre... detrás de unos matorrales que hay que cruzar. Una mujer nos invita a sentarnos en un pequeño banco de la entrada mientras va a vestir y ayudar a la madre. Aparece tras la cortina (la casa no tiene puerta). Una mujer débil, con una gran dificultad para hablar. Solo es capaz de agradecernos por la visita y pedirnos que recemos por ella y los niños. Y un largo silencio de miradas compasivas. En la despedida, pedimos a Jean Marie que de un beso a su madre, pero éste no se atreve. Timidez? O ha asumido como padres a quienes le dan comida, alojamiento, ropa, escuela...? Se me quedó mal sabor de boca. Sentía que probablemente sería la última vez que la vería.
A la vuelta de nuestro retiro espiritual en Lataha, la misma noche nos informan que la madre ha sido hospitalizada en una clínica. Vamos rápido Alphonse y yo. Ya expliqué en otro post (Silencio en Lataha) lo que ví, lo que sentí y lo que pasó. Sería la última vez.
Seis días más tarde, de madrugada, nos avisan de que la madre acababa de fallecer. Edith, la madre de familia, de mi familia, está en el pueblo con el pequeño Junior. Alphonse va directamente al hospital y yo me quedo con los dos protegidos. No les digo nada.
Al día siguiente, Alphonse me pide que de la noticia a Jean Marie, que él no se siente capaz, que yo siendo como soy, soy el más apropiado para saber cómo darle la noticia. Acepto (no por placer), y hago que nos juntemos todos los miembros de la familia, en un círculo. Me siento al lado del niño, y le explico lo que ha sucedido, de manera sencilla, que mamá se ha hecho invisible y está en nuestros corazones y en el cielo. Que no está solo, que sigue en nuestra casa como uno más. No reacciona. Me mira y al rato actúa como si nada hubiera pasado. Nos duchamos, nos vestimos y vamos todos al tanatorio, donde nos esperan una veintena de personas alrededor del cuerpo en el suelo, cubierto de sábanas y telas. El entierro será seguido, pues el tanatorio se paga por días y la familia decide hacer el entierro rápidamente. El pastor bautista (la familia es protestante-bautista) no llega, por lo que nos toca hacer una oración por la difunta. Me sorprende la poca gente que hay. Alphonse hace un relato de su vida y encomienda su alma a Dios. Algunas personas lloran, los más cercanos. Aunque llorar por la muerte de alguien no está bien visto. Los más jóvenes depositan el cuerpo en el "corbia", una especie de camioneta para trasladar difuntos, y la familia cercana sube en la misma. Mientras nos dirigimos al bosque sagrado, donde la van a enterrar, el motor del corbia se estropea. En mitad de Korhogo. La gente baja y la empuja. Pero nada... hay que llamar a otra camioneta (no en mejores condiciones), sacan el cuerpo y el convoy sigue su camino. Nosotros en moto, justo detrás del corbia. Llevo conmigo a Tchéwa, la otra protegida, muy triste, que me agarra como si necesitara calor humano. El entierro se realiza rápidamente, sin grandes palabras del pastor que había llegado en el último momento. Sin que la tierra toque el cuerpo.
De ahí vamos a la casa de una de las hermanas. Había más gente que en el tanatorio y el entierro. Olía a comida. Grandes marmitas de arroz, de carne y de verduras, para repartir entre la gente. "¡Han debido de gastarse un dineral!" digo en alto. "Les da igual gastar el dinero para funerales. Pero para curar y atender a enfermos, no tienen dinero. Es de locos!" me responden. Pues sí. Gastos para la muerte, pero no para la vida. Esquizofrenia social y cultural.
Pues bien, los días pasan. Los días avanzan... y una mala noticia más nos azota: el dueño de la casa va a echar próximamente a los dos, pues no le podrán pagar el alquiler. Nadie dice nada de los niños. El pequeño Jean Marie sigue en casa, como si nada. Pero... qué pasa con Jules Sambéna? Y el chico de 16 años? Nadie mueve ficha. Hasta que se decide preguntar directamente a los tíos y tías directos. Respuesta? No pueden hacerse cargo de los niños, no tienen dinero. Pero ¿qué hacer con Jules, sobre todo, pues el de 16 años puede buscarse la vida? Nadie lo quiere en su casa. Son días de profunda amargura los que pasamos. Amargura, indignación, dolor... No me cabe en la cabeza! ¿En qué mundo vivimos? Nos desgañitamos en ayudar a África. Pero, ¿qué sentido de justicia y ayuda imperan aquí, si no son capaces ni de ayudar a la propia familia? ¿Cuáles son las prioridades?
De mientras, Jules viene a casa a comer y cenar. Empieza el curso escolar, pero no tiene quién le pague la escuela, los libros, el material... Hablamos en casa. ¿Qué hacer? Por de pronto, Alphonse paga la escolaridad. Me invade tal amargura, tanta pena... decido ir al banco y retirar dinero de mi cuenta. Asumo los gastos del material, los libros y la participación en Don Orione, pues yo mismo soy su profesor y sé que es algo que necesita. Le digo a Jules que venga al día siguiente a las 10 de la mañana, sábado. Subimos a la moto y compramos todo lo necesario. En el trayecto, me abraza. Un abrazo cálido y frágil. La familia sigue sin querer implicarse. Ni para comprar la mochila. ¿En qué mundo vivimos?
En los días siguientes, Alphonse se apresura en contactar con diferentes familias de Korhogo, pidiendo, incluso suplicando que acojan a Jules. Que él acoge a Jean Marie. No es una decisión fácil... cuesta varios días. Pero ¡milagro! Una persona acepta... es el mismo pastor bautista. Golpeado por la injusticia y la piedad, acepta acogerlo en casa, darle alojamiento y manutención. No puede asumir otros gastos, pero ya es algo grande! Nosotros nos encargamos del resto.
Una historia realmente aterradora. Verídica. Largos días de amargura, y por qué negarlo, de algún que otro lloro. Pero los pequeños milagros se hacen realidad.
Amigos... muerte y resurrección, hoy en África. La infancia, diana de las injusticias... y esperanza de África.
"Dejad que los niños se acerquen a mí" (Mateo 10, 14)
Kaixo Lander!
ResponderEliminarZe gogorra! Haur gaixoak! Geratzen zaien familia ere! Ez dut ezer ulertzen, edo bai.
Azken finean betikoa, besteen aurrean handikeria aurkeztera, hiletetan a lo grande!!!! Eta gero haurrak bost axola! Ze gogorra!
Baina suertea izan dute hor zaudetelako!
Bestalde, hainbeste erlijio, meza... Zertarako? Halako egoeretan behar da laguntza..
Muxus
Tráemelo, yo le acojo!!!!!Qué barbaridad!!!!!Un abrazo enoooooorme y miles de bss para compartir.......
ResponderEliminarNo tenemos palabras. Tu historia nos ha conmovido y nos ha removido. Aunque no nos sorprende demasiado porque en el poco tiempo que llevamos aquí ya hemos escuchado alguna como esa, no dejan de salirnos miles de preguntas, pocas respuestas, una pizca de enfado y el consuelo de saber que el tiempo que estemos aqui podemos ser manos que acogen y que acarician. Un beso desde Daloa
ResponderEliminarCon estas cosas que nos cuentas me hacen llorar de pena de pensar en tantos niños que este privados de las cosas necesarias, cuantas injusticias, mucho valor para llevar todas esa cosas tambien el Señor te protege y desde aqui tambien pedimos por ti un besote grade tu vecina Ana
ResponderEliminarKaixo Lander:
ResponderEliminarSegún leía esta última historia deseaba que estuvieran aqui para poder acogerles y ayudarles en todo lo que pudiera. ¡Y que haya gente que no valora nada todo lo que tiene: una familia, un techo, alimento, estudios...! Somos privilegiados, debemos estar orgullosos de todo lo que tenemos. Me has dado una lección Lander de humildad y de saber agradecer todo lo que tengo.
Un fuerte abrazo
Silvia